"Fue el corazón mío tan joven
Y tan apetecido por la agonía:
Empezó a vivir y ya estrenó su muerte sin aviso."
El cuento fue, y es de los montes virtuales;
Una llovizna que terminó siendo sentencia de archivo.
En aquel tiempo:
La oruga cautivante, ponzoñosa y tan firme
Empezaba a dejar los sueños terrestres, apenas conseguidos.
Esos sueños eran espectros frívolos, zarandajas futuras de locos,
El viento construía mientras, otoños en las espinas de su cuerpo;
Y yo con exquisito gusto al dolor y a la expectación: La veía…
Alimentándose de las hojas tristes, de la sutileza y la ceguera del éxtasis.
Pero la oruga no retrocedía, ni miraba ya la historia,
Con seis noviembres que yacían en su cuerpo; y como sin peso:
Se arrastraba hacia el final de la última rama.
Fue entonces que la lluvia llegó como en todo febrero,
Y enfrió los sesos y las miradas tiernas que inspiró su metamorfosis lenta.
Con la conciencia húmeda y enmohecida
Decidí, ya temblando, bajar de la primera fila de su vida
Abucheando la danza de sus logros en mis fantasías;
Le pedí al árbol que simule mis caricias y miradas… y partí.
Ya lejos la percibo: en vuelos deprimidos.
No supe sino hasta cuando morí que fui la rama en que ella dormía
Que mientras caía, ella, morfo azul, voló.
Sola con el viento y la lluvia, se hace llamar mariposa del sueño
Yo, soy ahora desolvido, ella me llama “silencio espiral”
No somos más en los años, que escarnio congelado en una despedida.
27 de febrero de 2011
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